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Muy Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad
cuando la fiebre le subía. Estaban ya en plena Cuaresma y Santi con tristeza le contaba a Charo que
le hubiese gustado poder pasar a la niña bajo el manto de la Virgen del Rosario, para que ésta la
protegiese de todo mal. Esa misma noche, ya de madrugada. Cuando no
había nadie por allí que pudiese verlo, Charo se acercó a la cunita donde
dormía la niña de Santi, se desabotonó su bata de enfermera, la abrió y la
pasó por encima de la niñita.
Pasaron unas pocas semanas hasta que, tras un último y minucioso
examen por parte de los doctores, estos dictaminaron que tanto la madre
como el bebé ya se encontraban bien, por lo que les dieron el alta a las dos y
pudieron marcharse. Antes de irse, Santi quiso despedirse de Charo, pero,
por más que preguntaron por ella, no aparecía por ningún lado. Es más,
nadie en el hospital parecía conocerla. A la jefa de planta no le constaba que
ninguna enfermera llamada Charo trabajase allí. Resignados, se marcharon
del hospital y María propuso a su marido que pasasen por la iglesia de
Santa Catalina para agradecer a la Virgen del Rosario que tanto ella como
la niña se hubiesen restablecido y así lo hicieron. Llegaron y, tras postrarse
de rodillas en la capilla de la Virgen del Rosario en sus Misterios Dolorosos rezaron devotamente ante
la imagen tan querida para ellos. Antes de marcharse, Santi quiso acercarse un poco más a la imagen
de la Virgen para así poder presentarle a su niña. Al aproximarse, Santi vio en un rincón de la capilla
una prenda de ropa blanca. Estaba allí, como si hubiese sido arrojada al suelo precipitadamente y con
prisas. Santi se acercó y la recogió, comprobando que se trataba de una bata como las que usan las
enfermeras de los hospitales. La examinó y vio que llevaba prendida una plaquita de identificación
en la que había escrito un nombre:…..…... CHARO. Entonces, Santi lo comprendió todo y rompió
a llorar. Con sus ojos arrasados de lágrimas de felicidad y agradecimiento no pudo apreciar que la
Virgen del Rosario en sus Misterios Dolorosos, sutilmente, esbozaba una sonrisa.